2 ago 2009

Fe de erratas en Montevideo
Montevideo es la ciudad que asimila la tristeza del tango que cantan y bailan en Buenos Aires. Es la urbe de Benedetti, ese señor bajito y con bigote que escribía poemas y que se murió de amor y de pena hace unos mesas, allá por el mes de mayo, dejándonos a muchos huérfanos de nuevas palabras, de emociones escritas y de sueños de papel impreso.

La ciudad de don Mario es una ciudad sin sonrisa a la que llegué por mar y me marche volando. Tres días para ver emigrantes, conocer al general Artigas en su estatua ecuestre y pasear por las calles y avenidas buscando la poesía de Benedetti. Encontré palabras perdidas en un mercadillo y me traje unas pulseras elaboradas a base de tenedores, cucharas y otros utensilios de comida. Deambulé por la noche montevidiana y me refugié en el único Pub abierto en toda la urbe. Cansado ya del mismo dibujo nocturno solicité cambiar de aires, buscar otro refugio antes de que llegara el alba. Que los santurrones y santurronas de boquilla no se asusten que ni quería ni buscaba lugares de mal vivir ni de señoras putas, sólo un lugar donde tomar la última copa, apurando la última cruz clavada en mis resacas.

Y Montevideo nos sonrió con luna llena mientras mis acompañantes y yo viajábamos en el taxi rumbo al nuevo refugio, navegando entre avenidas, buscando el abrigo del puerto que en este caso olía a whiky en vez de a salitre. Pagamos la carrera y nuestro nuevo destino me dejó sin palabras y eso que tenía la boca abierta mientras mis amigos de Montevideo caminaban sin pausa hacia el nuevo destino.

En un momento dado intuí que nuestro nuevo puerto no era más que un lugar de tránsito hacia el refugio definitivo, y entonces caminé tranquilo y entre la gente, más bien escasa del lugar, busqué a Benedetti que, como es obvio, ni estaba ni se le esperaba a esas horas y en ese lugar. Pronto comprendí que aquel era nuestro destino, que no habría tránsito, que aquel era el Pub buscado. Lo digo porque me sentaron en una mesa y llamaron al camarero. Mire a todos lados incrédulo y tras pensarlo dos minutos, pedí una botella de agua. Que coño iba a pedir en la estación central de autobuses, lugar donde me habían llevado para tomar la última copa. Luego pedí un café y un croassant para asombro de mis colegas sudamericanos que seguían con su gin. Poco después desconecté, entre anuncios por altavoz de líneas que iban a lugares que ni sabía que existían, y pensé en Don Mario y su frase "el futuro no es una página en blanco es una fe de erratas" y mi futuro era la cama de mi hotel, mi fe de erratas de una noche en la estación de autobuses de Montevideo. Y además, no encontré a Benedetti.

27 may 2009

El vino de Corniglia

Hay lugares vividos a los que agradecer que hayan estado allí el día que uno transitó por su punto geográfico. Todos esos destinos son distintos para cada ser humano. Los hay que apenas se desplazan del lugar en los que los nacieron y en su memoria queda guardado el rincón del recoveco que existe al acabar la cuesta que precede a la alameda que va al cementerio. Otros retienen el lugar en el que se enamoraron, algunos buscan catedrales, otros montañas, los marinos cogen sus mares, los más viajados se reparten los polos, los snob no salen de New York, los narcisistas suelen recordar la imagen de su espejo, la gente común recuerda algún pasaje de sus vacaciones...Y hay lugares que uno sueña con visitar de tanto verlos en fotos o en videos con esto del You Tube. Son sitios que los libros tildan de especiales, de encantados, de mágicos. Hay en Europa unos cuantos de estos iconos a tiro de oferta de vuelo barato. Uno de ellos es el Cinque Terre de la Liguria italiana.

Un parque natural en el que cinco pueblos se cuelgan de la abrupta costa para asomarse al mar en posiciones inverosímiles. Cinco poblaciones pequeñas en las que durante todo el año prácticamente no cabe un alfiler. Un quinteto de pueblos recorridos por un circuito de nueve kilómetros de senda verde, bañados por el Mediterráneo, mar que observa atento desde hace siglos a estas localidades como esperando su momento para dar su mordisco de oleaje y robárselos a la tierra firme. De los cinco pueblos, cuatro son insoportablemente turísticos y en sus calles la idiosincrasia de sus gentes se ha visto engullida por los tenderetes de te lo vendo todo a precios de ganga, o trattorías, pizzerías y más zarandajas del comer que te cobran a precio de El Bulli lo que no es más que un mal plato del día. Pero a veces la belleza del lugar trae consigo estas lindezas.

Y nos queda el quinto, el que no vive del turismo y ni falta que le hace, al menos de ese turismo masivo que se encarga de rebajar al mínimo los encantos naturales de la zona. Las casas de Corniglia no dan al mar directamente, hay que bajar una largísima escalera para acercarte al Mare Nostrum. Esa larga rampa hace desistir a un buen número de turistas, y sin embargo los habitantes de Coniglia son millonarios. Dejaron que las chanclas, las gorras con visera, las camisetas de tirantes y las mochilas pasaran de largo, dieron la espalda al mar, observaron la montaña abrupta, empinada y con esfuerzo, sudor e imaginación plantaron vides, recogieron su fruto, pisaron la uva y buscaron el néctar...y lo consiguieron. Un vino apreciado, caro y cuya cosecha está vendida antes de producirse. Y de paso preservaron su modo de vida de las avalanchas masivas del turismo, aunque supieron dejar un resquicio para que entrara por él la marea justa de gente respetuosa con sus costumbres y su vida. Y en Corniglia se respira el cinque terre más auténtico y más natural, el de sus gentes tal y como eran y no como les quisieron convertir con el turismo...Y encima los trenes de Italia pasan a la hora que les da la gana y los barcos van llenos, suerte que uno aguanta estoico contemplando las casas colgadas con un buen vaso de vino, de Corniglia claro y se acuerda de Cudillero, aún auténtico a pesar del turismo. Aunque pensándolo bien la moraleja es que si uno preserva su entorno y sabe adecuarse a los nuevos tiempos, y mezcla bien los ancestros y los futuros siempre habrá un halo de esperanza para los territorios rurales, a pesar del turismo masivo.. Si va al Cinque Terre observe la belleza del lugar, disfrútela a codazos con otros cientos de miles de visitantes y si se agobia, vaya a Corniglia y tómese un vaso de vino... Algunos recordamos a la gente del Cinque Terre que charló con nosotros tomándose el zumo de la uva que habían arrancado de las cepas...Gente sencilla, de siempre y además, millonaria...