Hay lugares vividos a los que agradecer que hayan estado allí el día que uno transitó por su punto geográfico. Todos esos destinos son distintos para cada ser humano. Los hay que apenas se desplazan del lugar en los que los nacieron y en su memoria queda guardado el rincón del recoveco que existe al acabar la cuesta que precede a la alameda que va al cementerio. Otros retienen el lugar en el que se enamoraron, algunos buscan catedrales, otros montañas, los marinos cogen sus mares, los más viajados se reparten los polos, los snob no salen de New York, los narcisistas suelen recordar la imagen de su espejo, la gente común recuerda algún pasaje de sus vacaciones...Y hay lugares que uno sueña con visitar de tanto verlos en fotos o en videos con esto del You Tube. Son sitios que los libros tildan de especiales, de encantados, de mágicos. Hay en Europa unos cuantos de estos iconos a tiro de oferta de vuelo barato. Uno de ellos es el Cinque Terre de la Liguria italiana.
Un parque natural en el que cinco pueblos se cuelgan de la abrupta costa para asomarse al mar en posiciones inverosímiles. Cinco poblaciones pequeñas en las que durante todo el año prácticamente no cabe un alfiler. Un quinteto de pueblos recorridos por un circuito de nueve kilómetros de senda verde, bañados por el Mediterráneo, mar que observa atento desde hace siglos a estas localidades como esperando su momento para dar su mordisco de oleaje y robárselos a la tierra firme. De los cinco pueblos, cuatro son insoportablemente turísticos y en sus calles la idiosincrasia de sus gentes se ha visto engullida por los tenderetes de te lo vendo todo a precios de ganga, o trattorías, pizzerías y más zarandajas del comer que te cobran a precio de El Bulli lo que no es más que un mal plato del día. Pero a veces la belleza del lugar trae consigo estas lindezas.
Y nos queda el quinto, el que no vive del turismo y ni falta que le hace, al menos de ese turismo masivo que se encarga de rebajar al mínimo los encantos naturales de la zona. Las casas de Corniglia no dan al mar directamente, hay que bajar una largísima escalera para acercarte al Mare Nostrum. Esa larga rampa hace desistir a un buen número de turistas, y sin embargo los habitantes de Coniglia son millonarios. Dejaron que las chanclas, las gorras con visera, las camisetas de tirantes y las mochilas pasaran de largo, dieron la espalda al mar, observaron la montaña abrupta, empinada y con esfuerzo, sudor e imaginación plantaron vides, recogieron su fruto, pisaron la uva y buscaron el néctar...y lo consiguieron. Un vino apreciado, caro y cuya cosecha está vendida antes de producirse. Y de paso preservaron su modo de vida de las avalanchas masivas del turismo, aunque supieron dejar un resquicio para que entrara por él la marea justa de gente respetuosa con sus costumbres y su vida. Y en Corniglia se respira el cinque terre más auténtico y más natural, el de sus gentes tal y como eran y no como les quisieron convertir con el turismo...Y encima los trenes de Italia pasan a la hora que les da la gana y los barcos van llenos, suerte que uno aguanta estoico contemplando las casas colgadas con un buen vaso de vino, de Corniglia claro y se acuerda de Cudillero, aún auténtico a pesar del turismo. Aunque pensándolo bien la moraleja es que si uno preserva su entorno y sabe adecuarse a los nuevos tiempos, y mezcla bien los ancestros y los futuros siempre habrá un halo de esperanza para los territorios rurales, a pesar del turismo masivo.. Si va al Cinque Terre observe la belleza del lugar, disfrútela a codazos con otros cientos de miles de visitantes y si se agobia, vaya a Corniglia y tómese un vaso de vino... Algunos recordamos a la gente del Cinque Terre que charló con nosotros tomándose el zumo de la uva que habían arrancado de las cepas...Gente sencilla, de siempre y además, millonaria...